martes, 22 de junio de 2010

OTRA HISTORIA

Me desperté, y alcé el reloj para situarme temporalmente. Las 16:37 de la tarde. También tuve que encontrarme espacialmente, lo cual no era tarea fácil. Mi boca apestaba a náusea, sin embargo recuerdo perfectamente que no vomité. Que bebiera lo suficiente como para provocarlo ya es otra historia.

Un espejo. Eso sí que es enfrentarse a la cruda realidad. Mis ojos no ocultaban el trajín de estos últimos días. Había adelgazado unos 4 kilos, mientras que mi piel comenzaba a sufrir una preocupante deshidratación. Mi estómago llameante me recordó épocas de esplendor físico, y porque no, mental. Lo más terrible de una espejo, pese a todo lo comentado, es que la introspección no siempre termina a nivel superficial.

Volví a revivir las sensaciones que inundaban mi cabeza esta mañana, mientras me desnudaba antes de acostarme. No era tanto el alcohol lo que me estaba consumiendo como la soledad que me invadía desde hacía unos días. Se contaban por meses la última vez que vi a L. No la echaba de menos. Quizás jamás he echado de menos a una persona en sí, sino a su presencia. No se trata de querer a alguien conmigo, se trata de no querer estar solo... conmigo también.

Una de las últimas chicas con la que estuve me sentenció diciendo que era la persona más borde que había conocido en su vida. Yo le dije que si no me soportaba yo mismo, como pretendía ella aguantarme. No se dilató demasiado el instante en que la envié a la mierda, como hago últimamente con la mayoría de las cosas, incluso con lo que no son cosas.

Hace un buen rato que dejé el espejo. Comí algo de pasta fría de forma pausada y me dispuse a pasear un rato por la playa. necesitaba un poco de aire. Bajé y no, no llovía. Sé que hubiera encajado perfectamente con todo lo que he relatado hasta el momento, pero siento decepcionaros. Era un día extremadamente caluroso. No tardó el sudor en comenzar a resbalar por mi frente.

Una cita retumbaba en mi cabeza: "Todo aquello que se hace por amor acontece más allá del bien y del mal". Me gustaba esa frase. Yo había hecho un puñado de cosas bien, y otro puñado, quien sabe si no menos numeroso, mal. Pero jamás traspasé esa frontera. No estoy seguro de no haber querido nunca a nadie. De lo que si estoy seguro es de que a nadie le he dicho "te quiero".

Sentí un escalofrió al acariciar con las yemas de mis dedos el agua. El mar. Que difícil resultaría la vida sin tenerlo cerca. Decidí caminar por la orilla con destino a ninguna parte. Mi objetivo prioritario ahora mismo era alejarme del sector recreativo en el que se entremezclaban las artificialidades masculina y femenina, cuyas imágenes anabolizadas y siliconadas me arrancaban poco más que una mueca de asco.

Pensé en B., hacia 12 días que se había ido. Ella me apartó durante un tiempo de las orgías etílicas, que volví a retomar inmediatamente tras su marcha. Ella ocupaba todo el tiempo que mi cabeza no se ocupaba de mi. Quise creer que no la echaría de menos. Pero por primera vez todo era distinto. Sus gestos, sus ojos, su boca, su cuerpo.... −la quiero... la quierosusurré para mis adentros. Escudriñé nerviosamente el bolsillo trasero de mi pantalón, y saqué el móvil. Había llegado a una zona prácticamente desierta de la playa. El mar olía a yodo y sal, distante del olor a vertedero con el que inicié mi travesía. Llegué hasta el número de B., y mientras mi boca probaba el amargo sabor que emanaban mis ojos vidriosos, borré su número.

Estaba anocheciendo. todavía me quedaba un largo camino de vuelta.

-Anónimo

martes, 1 de junio de 2010

Bancal del Edén

Como cada mañana salí a correr antes de que el sol me achicharrara. E hice el mismo recorrido que hago siempre: Salgo del portal, a la izquierda, la primera calle a la izquierda otra vez, al final a la derecha, al final de esta calle a la izquierda, todo recto hasta la rotonda, cruzo y todo recto otra vez, hasta la playa. Y luego volver, claro.

Pero hace unos días morí, mientras corría. Me atropelló un coche en el cruce, casi al amanecer, antes de que el sol me achicharrara. No había nadie en aquella rotonda, solo mi cuerpo inerte, abierto, y alrededor ya, un charco de espesa sangre.

No pude ver al que me cogió, o a los que me cogieron y me tiraron en aquel bancal.
Escuche como el coche se alejaba muy rápido, y yo, algo descompuesto, me levanté lleno de matojos.
Estiré un poco, calenté también, y volví corriendo a casa. Había quedado con mi chica, y tenía que arreglarme lo mejor posible, que me habían dejado 'hecho un cristo' la verdad.
Esta chica me gusta, me gusta mucho, pero hay un problema, ella va demasiado deprisa, las cosas van muy rápido entre nosotros.
Ese día lo pasamos muy bien, y obvié comentarle lo del accidente. Me gusta verla sonreír.
Pero de nuevo, me hizo sentir incómodo. Al dejarla en casa, cuando nos besamos al despedirnos, me susurró que me quería.
Yo no contesté. Y de verdad que no se qué hacer, porque yo aún no moriría por ella. Aún.